«Mi vecino Totoro» (1988) es una obra redactada y apuntada por Hayao Miyazaki. Su estreno coincidió con el de «La tumba de las luciérnagas», pero con un perfil completamente diferente. Esta película resulta ser entre los enormes tradicionales de Studio Ghibli. Llega a este estudio como al buen vino, transcurrido un tiempo, el nuevo visionado de los tradicionales los hace progresar y deja prestar atención a datos que se podrían haber vivido por prominente en un comienzo. En mi caso es importante, por el hecho de que recuerdo tener esta película en VHS y pasarme los últimos días de la semana viéndola sin frenos.
En este momento, con una mayor visión de Studio Ghibli y la historia de historia legendaria que supuso su producción, me sentí inútil de revertir ciertos pensamientos (y intentar desacreditar ciertas leyendas urbanas) que siempre y en todo momento han acompañado a la película. Aviso a los marineros, su cabeza puede explotar y jamás volverán a conocer la película del mismo modo. Si bien como todos y cada uno de los finales de Ghibli, buenos triunfos.
El viaje al mucho más allí
El país nipón tiene una cultura muy relacionada al planeta espiritual, todo cuanto hay allí es una entidad que lo representa. Es totalmente habitual ver ilustraciones viejas donde se detallan distintas espíritus conviviendo con personas. Hay un aspecto que sí, los humanos no tenemos la posibilidad de observarlos salvo que estemos poderosamente atados a este planeta o vamos a morir.
La teoría de Mi Vecino Totoro nos comunica precisamente eso. Satsuki y Mei eran 2 chicas que vivían en un pueblo que por alguna razón acabaron siendo llevadas al mucho más allí. Su muerte ahora se encontraba destinada, con lo que conforme se aproxima su hora, empiezan a conectarse mucho más con el planeta de los espíritus. Diríase que Totoro, el espíritu primordial de la película, es un Shinigami (un ángel de la desaparición) que viene a asistirlos en su sendero hacia el otro planeta.
No hay coincidencias en Ghibli
Esta película nos transporta a la estación de Sannomiya, poco tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Allí conocemos a Seita, un chaval sin elementos, que se muere en la estación. En el momento en que por último se muere de apetito a la visión, está con el espíritu de su hermana pequeña, Setsuko. Justo entonces empieza la historia, en el momento en que Seita empieza a rememorar de qué manera llegó allí. Qué contraste, ¿verdad?