Miyazaki y el estudio Ghibli estaban disfrutando del éxito de «La princesa Mononoke» (1997) cuando Hayao decidió hacer una película totalmente diferente que no le supusiera tanto esfuerzo psicológico. Lo cierto es que dado el resultado me cuesta ver que supusiera menos realizarla, porque a día de hoy todos conocemos «El viaje de Chihiro» («Sen to Chihiro no Kamikushi» 2001) y estamos de acuerdo en que es una película compleja, diferente de todo lo hecho anteriormente, y con una gran riqueza esperando que la analicemos.

Chihiro y sus padres, durante el viaje a su nuevo hogar, quedan atrapados en un mundo fantástico que, por primera vez, resulta el malo de la historia. Las prohibiciones, los peligros y la pérdida de identidad serán sus enemigos en este viaje en busca de la confianza en una misma. Chihiro, una niña simplemente normal, tendrá que madurar de golpe.

Baños a la japonesa

La mayor parte del filme se desarrolla inmersa en el tradicional mundo de las casas de baño, o los sento, que junto con el ofuro y los onsen son los tres lugares o formatos diferentes a los que un japonés acude cuando quiere disfrutar de un buen baño. Eso sí, hay que tener muy en cuenta que la cultura del baño en Japón está firmemente arraigada a su estilo de vida.

Tomar un baño tiene para los japoneses un sentido totalmente diferente al de los occidentales, quienes normalmente se lo dan con la única finalidad de asearse. Por el contrario, en Japón se rinde culto al acto de bañarse, ya sea en casa, en los baños públicos o en los balnearios. A todo japonés le encanta chapotear en el agua. Quizá sea el único momento de relax que pueden regalarse durante su jornada, momento de máxima felicidad en el que tratarán de purificar cuerpo y mente mientras se olvidan de sus problemas y aprovechan para descansar.

Colaborar con los demás da mejor resultado que enfrentarse a ellos

En su periplo por la casa de baños, Chihiro tiene que pedirle trabajo a la hechicera Yubaba, que es la que dirige la casa de baños. Sabe que va a ser una tarea difícil y decide ser amigable, colaborar en todo lo que pide. Así ,logra el trabajo que necesita para sobrevivir en el mundo mágico y poder volver algún día a su mundo.

Cuando le pide trabajo a Yubaba, aunque esta está siendo bastante brusca con ella, lo que hace es hablarle con cariño; la llama ‘abuelita’ y hasta le pide ayuda para quitarle el hechizo a su amigo Kohaku.

En el exterior de la fábula

Chihiro despidiéndose | Fuente: Studio Ghibli

Se ha discutido ampliamente sobre hasta qué punto el vínculo entre contar una buena historia y el proceso de introspección del propio artista debe ser más o menos estrecho. Shakespeare escribía en su obra La Tempestad (1611) que el ser humano está hecho de sueños y es pues igual de inconsistente. El sueño como materia es algo que intentamos asir, utilizando el esfuerzo para alcanzar lo que piden nuestros deseos. Para el o la artista, atrapar la vida deseada consiste en lograr una adecuada proyección de su visión, muchas veces desnudándose ante el lienzo mental de su imaginario más íntimo y profundo. Capacidad que cuando es proyectada en el arte, actúa de vehículo revelador, catalizador de un descubrimiento o aprendizaje sobre sí mismo para el propio espectador. El arte es además testigo y documento de un tiempo y una realidad concreta, muchas veces para esquivar los afilados ejes de la misma. Esto último es lo que la literatura fantástica aspira a conseguir.

Por wf6yh

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